miércoles, 23 de junio de 2010

Evitar el conflicto para avanzar de verdad.

Quiero compartir un texto que me envió mi amiga Gabriela Ramírez. Además de dedicarse con éxito al salto y adiestramiento a caballo, compite con su perro en Agility, deporte en el que un manejador dirige a su perro por un recorrido de obstáculos de la manera más rápida y precisa, sin tocar ni al perro, ni a los obstáculos. Este deporte tiene un aspecto muy interesante: se considera conducta antideportiva que el manejador reprenda al perro; y esto se refiere a reprimendas verbales. ¿Imaginan si los deportes y exhibiciones ecuestres se rigieran por criterios similares?

En febrero, Gabriela me ayudó a organizar y participó en mi taller “El lenguaje corporal en el manejo del caballo”. A medida que iba trabajando con su potranca, su relación se fue fortaleciendo. Gabriela se soltó muy pronto en el lenguaje del cuerpo practicado en el curso y, hacia el final del curso, introdujo elementos de agility, a los que su potranca respondió con toda naturalidad. Al final del curso tuvo una sesión con su potranca que nunca olvidaré y que entra en mi lista de pendientes para compartir aquí.


He estado entrenando a una potranca de 3 años con los métodos de Hempfling. Ha sido la experiencia más maravillosa con un equino en los últimos 10 años (que es lo que llevo practicando equitación). La potranca confía plenamente en mí y hemos podido bailar juntas al mismo ritmo. Ahora la estoy empezando a montar, lo cual para ella no ha significado un gran cambio y nunca se ha sobresaltado de verme encima de ella.

Pero lo que quiero contar, más que mi experiencia con la potranca, es la experiencia que tuve recientemente con mi yegua mayor de 11 años. Ella ha sido entrenada usando métodos "tradicionales" y en muchos casos puedo ver que fue maltratada cuando busca huir ante cualquier ayuda. Esto es especialmente obvio en el trabajo a la cuerda. Ella, siendo una yegua calmada y tranquila de trato, cuando ve la fusta y el círculo pasa por momentos de pánico.

La saqué para trabajarla y la yegua ahí mismo abrió lo ojos y brincó botando las patas. Intenté ignorarla y ponerla a trotar hacia al frente para no quedarnos en el conflicto. Ella se dió media vuelta, zapateó una vez y luego se empinó manoteando en el aire durante un tiempo. Ella es una yegua que mide 1m68, de caderas anchas y fuertes. En ese estado llega a ser bastante intimidante.

Luego bajó y se quedó mirándome desconfiada, con la cabeza alta esperando el tirón usual, el tirón doloroso y la fusta del castigo. Yo me quedé parada mirándola, y decidí retroceder unos pasos jalándola con mi cadera, invitándola a que me siguiera con la cuerda suelta. Ella levantó las orejas un poco sorprendida, bajó la cabeza y sumisa pero extrañada me empezó a seguir de buena gana. Salimos del picadero, dimos un paseo juntas y después volvimos para seguir con una excelente sesión de trabajo a la cuerda.

En ese momento no me di cuenta de nada, no fue una revelación divina ni nada por el estilo. Yo ya sabía que esto era lo natural en su comportamiento, yo sabía que la yegua podía confiar en mí a pesar de sus recuerdos. Lo único que hice fue dar el paso de saberlo a hacerlo.